domingo, septiembre 19, 2010

Adiós, Labordeta

Tan sólo en una ocasión tuve ocasión de hablar con él, curiosamente fue, siendo los dos aragoneses, en Durango. Terminaba un recital que había dado junto a Imanol, para mi era emocionante que Labordeta cantase en el País Vasco, donde yo era un emigrante transitorio. Afortunadamente tenía en casa dos discos, Paisajes y Canciones de Amor, y me los llevé a la actuación con la esperanza de que me los dedicase, como así lo hizo. Al terminar de cantar, me aventuré en el camerino y me presenté como un aragonés que le estaba tocando vivir por aquella hermosa tierra. Para confraternizar un poco más le dije que tenía amistad con dos escritores, Teresa Agustín y Fernando Sanmartín, que también él conocía. Me dedicó los discos muy amablemente y me dijo que, cuando lo viese por Zaragoza, lo saludase. Luego se fue a cenar con los miembros de la Asociación cultural que había traido a los cantautores y, aunque me hubiera gustado mucho, no pude colarme en aquella celebración.

Creo que había coincidido antes con él en una cena, tras la presentación de un libro de Teresa Agustín. Labordeta estaba sentado al lado de Carmen Magallón, situada enfrente de mí. Él conversó durante la cena con Félix Romeo, que cenaba a mi izquierda y, a pesar de tenerlo tan cerca, no fui capaz de dirigirle la palabra, claro que él, que no me conocía de nada, tampoco tenía nada que decirme.

Después de mi vuelta a Zaragoza, me lo cruzaba alguna vez por el Paseo de María Agustín cuando salía del trabajo a desayunar, pero tampoco, a pesar de sus palabras de Durango, me atreví a decirle nada. Sólo, a través de Fernando Sanmartín, conseguí que me dedicase un ejemplar del libro de poemas Cantar y callar, que había conseguido adquirir hacía poco tiempo en la librería Antígona. Yo le conté a Fernando la anécdota de Durango y en la dedicatoria del libro hace referencia a esa ciudad "... el recuerdo de los mágicos tiempos por Durango y aquellas tierras ..." (creo que es eso lo que puso porque no se entiende demasiado bien). Fernando me dijo que cualquier día que quedase con Labordeta, pues se veían con alguna frecuencia, me llamaría y podría hablar tranquilamente con él. No pudo ser porque la enfermedad avanzaba más deprisa de lo esperado.

La última clase que tuvé oportunidad de dar acerca del territorio, la finalicé con una diapositiva que reflejaba la aridez y la belleza de las estepas belchitanas, lugares que Labordeta tan bien conocía. Sobre la fotografía puse una estrofa de la canción "me dicen que no quieres": De esta tierra hermosa, dura y salvaje, haremos un hogar y un paisaje.

El último agosto, cuando mi prima Elena me decía que cada año le parecían más cortas las vacaciones, no pude por menos que recordar aquellos versos de Labordeta, recogidos en el libro Diario de naúfrago:
Diez de marzo
cumpleaños féliz

Nunca
vuelven
los infinitos
días
de la
infancia ...

Dos meses antes, el mismo día en que salió publicado, compraba su último obra. Hoy, en mi mochila, dónde siempre hay un libro para poder leer en caso de apuro, llevo Tierra sin mar.

Hasta siempre Labordeta